Hoy quiero que el mundo imagine conmigo.
Hoy quiero que se cierren los ojos y cada cual se visualice en una pequeña
capilla de muros blancos.
El cartel anunciador que ha visto colgado en la puerta del colegio sólo ponía
el nombre del coro que iba a cantar, el nombre de la capilla, el día y la hora.
Un concierto más de los muchos a los que había ido.
Sentado en unos bancos de madera, con las manos cruzadas y escuchando el murmullo general, lee el programa de la actuación que alguien ha dejado en su asiento, a la espera de su llegada. Un listado de diecisiete canciones de
estilos y épocas muy diferentes, muchas de las cuales le son conocidas, hace
que se alegre de haber asistido.
De pronto los altavoces lanzan al aire un pitido ensordecedor por el cual se disculpa la presentadora a través de un micrófono.
“....así que recibamos con un fortísimo aplauso...”.
Las cantantes del coro de voces blancas salen de una puerta lateral y atraviesan los bancos en dirección al ábside, entre los aplausos rítmicos del público. En un momento en el que el artista aún no ha mostrado su arte, los aplausos que recibe no son sino corteses, de aliento, pero carentes de sentimiento. Ya llegará el sentir. El director, trajeado y repeinado, avanza en última posición cuando el cansancio ya ha apagado los aplausos. Una lástima.
Situado frente a las dos filas de jóvenes, alza los brazos y comienzan a sonar las notas de un “Tourdion”.
Los aplausos que suceden a los últimos sonidos de la canción dejan ver que el público ha pasado
del frío respeto del principio, al agrado.
A un artista, primero se le respeta por tener el valor de situarse ante un grupo numeroso de personas
que van a juzgar su trabajo y, conforme va avanzando la actuación pueden darse dos fenómenos: o bien
cae en desgracia y sólo consigue del público su respeto, traducido en fríos y rítmicos aplausos que
terminan en seguida; o bien consigue llegar a sus corazones y es recompensado con aplausos animados
que cada vez suenan más fuerte y en los que se percibe la gratitud de la gente por haber
compartido su talento con ellos.
Es el segundo fenómeno el que se vive esta tarde. Desde ese “Tourdion”, a un “Alma, corazón y vida”, pasando por una nana, los aplausos que cierran cada canción son cada vez más calurosos, y las caras de la gente van reflejando cada vez más emociones.
Pero, en un momento dado de la actuación, una de las componentes del grupo de cantores pide
la palabra para dar una noticia que cambiará el semblante de los presentes: el coro se disuelve.
Esta es su última actuación.
Hay quienes ya lo sabían, pero, en cualquier caso, esas palabras han hecho recordar a todo el
mundo, coro incluido, porqué están allí.
A partir de ese momento parece que la gente aplaude con más ganas, como intentando, aunque sabe que es inútil, que recapaciten, que no priven al mundo de sus voces, que ahora suenan tan bellas, como queriendo disuadir a un suicida. Porque para nosotros,
que ahora imaginamos, este concierto no nos parece otra cosa que los preparativos de un suicidio.
Y conforme avanza la actuación vamos negando con la cabeza: “no es posible que se acabe”, pensamos, “no, no puede ser”.
Y así, negando y lamentándonos, llegamos a la última canción: “la Bella y la Bestia”.
Comienza sonando un piano, que toca el director, y con cada nota se derrama una lágrima de nuestros ojos. Pero esta vez no son la melodía y la letra las que nos emocionan. Ahora lo que emociona al punto del llanto es la certeza de que es la última canción.
Teniendo esa idea en mente, hacemos por retener cada nota, luchando contra el tempo, para que vaya más lento y no llegue nunca el final, sabiendo que cada sonido es uno menos que nos dedica el coro.
Y así, entre lágrimas de tristeza, la canción termina.
Ahora el público se levanta aplaudiendo, haciéndose daño en las manos por la fuerza que emplean en ello. No hay duda de que el respeto inicial se ha sustituido por una emoción incontenible. Ahora es cuando aplauden porque quieren hacerlo, no porque deban mostrar respeto. Ahora suenan aplausos sinceros.
El público llora. El coro llora. El director llora.
Y es que, definitivamente, no es un concierto más: es el concierto más emotivo al que hemos ido.
Porque en aquella actuación sonaron, emulando al poeta, las últimas notas que ellos nos dedicaban.
(enlace a la canción final)
Mis más sinceras condolencias a los miembros y al director del coro de voces blancas San Manuel. Porque yo sé lo que es dejar de hacer algo a lo que se le ha dedicado una parte importante de la vida. Y con vuestra actuación rememoré lo mucho que me gustaba lo que hacía y lo mucho que me duele ahora haberlo abandonado. Es solidaridad lo que me ha impulsado a escribir estas líneas.
Espero que os hayan gustado.